La violencia es un virus que no para de mutar y matar
26 March, 2020 | by gustavoa
Una de las principales características de los conflictos armados es su mutación constante, su transformación y degradación, parece ser que entre más se acostumbra una comunidad a la violencia mayores actos de barbarie y nuevas modalidades de agresión aparecen, es una carrera constante de cómo aniquilar a quien se ha rotulado como enemigo. Nuestro país tiene muchas historias que pueden dar cuenta de este fenómeno, las masacres, los métodos de tortura y las ejecuciones extrajudiciales (falsos positivos) dan cuenta de cómo las décadas de conflicto nos han vuelto menos sensibles con las acciones en contra de la vida misma.
Y si bien el Acuerdo de Paz de 2016 retiro las armas de uno de los actores, la violencia en contra de las lideresas y los lideres sociales no ha disminuido, al contrario, ha ido en aumento, según Pacifista desde el 24 de noviembre hasta el 26 de marzo de 2020 han asesinado a 816 líderes y lideresas, la mayoría de estas personas relacionadas con exigencias sobre la implementación del Programa Nacional de Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS).
La forma y el lugar de las agresiones han variado, pero el mensaje es claro, se pretende amedrentar los liderazgos haciéndolos sentir que no hay garantías para la vida en ningún lugar, sea sus comunidades, las ciudades o sus propias casas. Mientras esto pasa el gobierno nacional insiste en aminorar la problemática, relacionarla con cualquier otro móvil y/o guardando un silencio cómplice con el genocidio.
El 25 de enero de 2019, cuando asesinaron al líder social Samuel Gallo Mayo en el municipio de El Peñol-Antioquia, cuando se logró interlocución con el Departamento de Policía de Antioquia para confirmar la información de lo sucedido, no vacilaron en desmeritar el nexo causal del homicidio con la labor social desempeñada por el líder, porque el crimen fue perpetrado con un arma blanca y ese no era un patrón identificado en los homicidios contra defensores/as de derechos humanos, con más intuición que convicción se le contestó que sus palabras las tomábamos como una notificación, nos iban a empezar a matar con armas blancas.
A casi un año del hecho en mención se perpetro el ataque a la profesora Sara Fernández, a quién no sólo se le atacó en su casa, en horas de la madrugada y mientras dormía, sino que también se hizo mediante el uso de arma blanca. Luego, si haber pasado menos de dos meses, una modalidad igual fue usada para atentar contra la vida de Jhon Restrepo el pasado 25 de marzo de 2020.
Como colectividad nos preocupa la vulneración a la que están expuestas compañeras y compañeros que ejercen liderazgos sociales, porque ya está demostrado que el paramilitarismo no duerme, no descansa, no cesa y no está en aislamiento preventivo; al contrario esta presente, en constante transformación y haciendo uso de todas las modalidades posibles para sembrar su mensaje de terror y aniquilación, que además cuenta con un gobierno cómplice que replica su discurso y menos precia a los líderes y lideresas.
Insistimos en exigir al gobierno nacional las garantías para los liderazgos sociales y para la defensa de los derechos humanos, exigimos una acción clara que contrarreste el paramilitarismo, estamos a la espera de que se cumpla con el Acuerdo de Paz de forma integral, siendo el desmonte del paramilitarismo uno de los puntos que urge agilizar.
Nuestro compromiso con la paz sigue en pie, sin vacilar, sin descansar, sin dejar que la guerra nos quite el humanismo y la eterna esperanza de paz.